EN EL POST ANTERIOR «CLARIFICAR Y COMUNICAR LA IDENTIDAD, PROPÓSITO Y VISIÓN DE LA ESTRATEGIA DE UNA EMPRESA veíamos la importancia de preguntarnos ¿QUÉ TIPO DE COMPAÑÍA ERES?
Ahora toca preguntarse… ¿PARA QUÉ ESTÁS AQUÍ?
Si una empresa quiere ser innovadora debiera empezar respondiendo: estoy aquí para operar en un entorno cada vez más cambiante, con ciclos de vida del producto cada vez menores, para lo cual la innovación y las iniciativas pioneras son elementos clave de mi negocio. Estoy aquí para desarrollar nuevos productos y servicios con la mirada puesta en el futuro, para promover el emprendimiento, la creatividad y la actividad en todos los niveles.
Las identidades individuales y corporativas más efectivas tienen clarísima esta pregunta. No dudan. De hecho la identidad solamente toma pleno sentido cuando se une y alinea con el propósito, el para qué. Porque da a todas las personas de la organización una razón potente para venir al trabajo cada día e invertir sus recursos en esa tarea colectiva.
Un propósito marcado da energía a los empleados, simplifica la toma de decisiones en todos los niveles y acaba dando buenos resultados de forma consistente y estable.
El para qué es muy importante como bien indicaba V. Frankl en “La búsqueda del sentido de la vida” hablando de las condiciones de los campos de concentración alemanes: las personas tienen una inexpugnable capacidad para elegir la respuesta que dan a cualquier grupo de circunstancias y cuando pierden la conexión con su para qué, mueren.
Las personas necesitamos estar conectadas a un propósito. Las decisiones que las personas y las organizaciones tomamos sobre dónde, cómo y porqué invertir nuestras energías surgen de esa necesidad.
Si la organización tiene clara que su para qué, su razón de ser (en ocasiones su necesidad para poder ser) es innovar, generar ideas con lógica de negocio que reviertan en ingresos para la compañía, y se comunica, se transmite, se da ejemplo y se vive de acuerdo a ello, parte del camino está hecho y el resto será menos tortuoso. Pero el propósito debe estar claro.
Al contrario, cuando la alta dirección, los directivos, los jefes de equipo, las personas individuales minimizan la importancia de la conexión con el propósito están cometiendo un error fundamental de motivación y están animando a las personas a que se dejen llevar (en el caso de Frankl, a que se tiren a la verja donde eran fusilados por “intentar” escapar). Trabajar sin una razón dejando las ilusiones en la máquina de fichar acaba con la energía de personas y organizaciones.
Por el contrario, los ejecutivos que animan y fomentan ese significado, articulan el propósito de la empresa y verdaderamente valoran la integridad de la condición humana, ayudan a canalizar las energías naturales de la gente a lo largo y ancho de toda la organización.
Y ESPECIALMENTE CUANDO VIENEN MAL DADAS…
Cuando las circunstancias se vuelven complicadas, extremas como ocurre en muchas empresas en la actualidad, debido al entorno económico, la falta de crédito, la competencia feroz, cuando trabajar alguna hora más todos los días es casi obligado, cuando se requieren esfuerzos extraordinarios, tener un propósito claro, un para qué hacia el que mirar ayuda a seguir empujando. Da una razón para competir, una razón para dar lo mejor de ti o, al menos, una razón para no decaer a pesar de todo lo que esté cayendo. Sin un propósito claro, atractivo (y el de la innovación es uno de los estimulantes), el síndrome del quemado llega rápido.
Como se ha comentado al inicio, los ladrillos más pequeños que van conformando la ejecución de la estrategia son las elecciones que en cada momento se hacen sobre en qué trabajar, en qué no trabajar, qué nivel de esfuerzo e interés poner en lo que haces. Sin un para qué colectivo, estas pequeñas decisiones individuales de inversión en tiempo y energía suelen tomarse en función de las preferencias y el estado de ánimo de cada uno, de su para qué, de su “para mí”. El propósito es realmente la fibra microscópica que conecta las decisiones individuales con el trabajo diario de ejecución de la estrategia.
Si el propósito es innovar, o reducir costes, o alegrar al cliente, o pasar desapercibido, o resistir,… cada decisión se verá influenciada por él y las acciones y sus resultados serán totalmente diferentes.
Un problema (y un peligro) es que la falta de claridad sobre el propósito no se manifiesta como un problema inmediato: una mañana se abre la empresa y notáis claramente que “hoy ya no tenemos claro para qué trabajamos, cuál es el propósito elevado que nos hacía venir con ilusión”. La organización puede cojear e incluso parece que funcionan bien durante años. Tarde o temprano, sin embargo, las empresas con un propósito débil o poco claro se rompen o sufren una crisis, a veces provocada por circunstancias externas, como una crisis económica, la pérdida de un referente, un cambio tecnológico,…
Y tu empresa, ¿Para qué está aquí?
Daniel
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